Archive for the ‘Relato breve’ Category

Ahora puede contarse

24 marzo 2020

 

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En ese momento no podía saberse lo que estaba por venir. Se estropea la lavadora. Decido llamar a un técnico para que venga a repararla. La llamada la hago el día 1 miércoles. Me preguntan cuantos años tiene la lavadora y les digo que cuatro.

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Viene el técnico. Aquí aplicamos la idea del sesgo retrospectivo.  Ahora ya lo sé, pero en ese momento no tenía conocimiento de que abriendo la puerta de la lavadora hay un código al que si le sumas 20 -no pregunten porqué, es así- te sale de qué año es la lavadora. En realidad tenía 10. Si lo llego a saber, obviamente, hubiera ido a comprar una el día 0 y nada de esto hubiera pasado. Me lo dice el técnico al llegar. Me lo podía haber avisado por teléfono, pienso. La lavadora se puede reparar, sí. Pero hay dos matices. El primero, por lo que cuesta casi me puedo comprar una nueva (dos horas de mano de obras y una pieza, curiosamente apodada la resistencia). El segundo: hay que pedir la pieza y tardará unos días.

El día 3 por la tarde (recuerden, era viernes 13, no podía salir nada bien) nos vamos a un centro comercial cercano, a un establecimiento cuyo eslogan dice Yo no soy tonto (en adelante YNST) Encontramos una lavadora en seguida y compramos.

-El martes la tendrán en casa, nos dicen. ¿La quieren por la mañana o por la tarde?.

Por la mañana, por la mañana, digo yo enfático.

Nos vamos pensando que así será.

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Vamos por la mañana a comprar comida, las tiendas ya han cerrado, solamente está abierta la alimentación. Me dejo el móvil en casa. Nos tememos que la cosa no va a ser tan sencilla como creemos. Aunque en teoría no estarán abiertos, nos acercamos al mismo centro comercial por ver si podemos llevarnos una lavadora, aunque sea la de exposición. Los del eslogan YNST están cerrados, el hipermercado sí tiene lavadoras, pero las vemos de lejos, protegidas por una cinta, solamente está abierta la parte de alimentación.

Por la noche escucho un mensaje de voz, recibido por la mañana, pero -recuerden- yo estaba comprando y me había dejado el móvil en casa. Luego no me percaté de esa llamada perdida -o me percaté pero no hice caso, qué más da-, así que por la noche escuché el esperanzador mensaje: me dicen que el pedido llegará con normalidad.

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Me levanto temprano, esperando que llegue en cualquier momento. Va pasando el día y no hay señales, no quiero apurar, ni estar llamando, porque entiendo que la cosa es complicada. Pasado ya de sobras el tiempo de la mañana intento contactar con ellos. Por teléfono, después de esperar un buen rato, un contestador me remite a la web. La web no me dice nada. Mando un mail. Me llega inmediatamente acuse de recibo del mail, me dicen que me contestarán, me lo dice una respuesta automática.

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La CEO de casa -yo como mucho soy un factor notorio- toma la iniciativa y compra una lavadora a través de la web de un célebre establecimiento, ese cuyo eslogan es si no queda satisfecho le devolvemos su dinero (SNQSLDSD). Llevada por el entusiasmo -o seguramente sin querer- compra dos lavadoras. Un rápido cálculo nos lleva a la conclusión de que en cualquier momento podremos tener tres lavadoras en casa. Procedemos a anular una de las compras. Hay un momento de zozobra porque parece que las hemos anulado las dos y el día de entrega en ese interim ha pasado de 24 horas después a una fecha indeterminada. Finalmente, parece que todo está correcto y hemos mantenido el pedido. Un pedido, una lavadora para el día siguiente.

Por la tarde nos llaman de SNQSLDSD. Nos preguntan  si de verdad queremos anular la compra de la segunda lavadora. Decimos que sí, pero que nos traigan la primera. Nos dicen que mañana mismo la tenemos.

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Me levanto temprano, esperando que llegue en cualquier momento. Yo he vivido esto antes (vuelva usted al día 7, martes 17 y lo comprobará). Un déjà vu. Me acuerdo de Bill Murray en El día de la marmota y canturreo I got you babe. Efectivamente, a media mañana nos llaman y nos dicen que están llegando. Y al momento llegan. Los recibimos como al Séptimo de Caballería en una peli de John Ford o como a Sansa y Meñique en la Batalla de los bastardos -referencia para los lectores más jóvenes, si es que tengo de eso-.

Por la tarde no vemos la tele, nos sentamos por turnos viendo como la lavadora gira y gira.

 

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A día de hoy seguimos sin noticia alguna de los del YNST.

Tal vez de aquí salga una secuela.

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La normativa

16 enero 2015

 

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1. El otro día fui a un estanco a recargar un encendedor de cocina -como el de la foto-. Tenía la vaga idea de que allí hacían eso. El encargado me miró con gesto conspirador y me dijo: «Ahora no podemos hacerlo. Hay una nueva normativa que nos lo prohíbe«. Así que sacó un tubo de gas -como el de la foto- y me dijo que vendían esto.

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Después de un rápido cálculo mental -para que luego digan de los de letras- concluí que aunque los 3,5 € que me costaba el tubo era un precio ligeramente abusivo me convenía cerrar allí mismo la transacción. Sobre todo ante la alternativa de volver a casa con mi misión fracasada y tener que peregrinar por otros estancos -o establecimientos mercantiles de rango inferior- en busca de la carga. Aún así el subversivo estanquero se apiadó de mi y me dio una lección de como recargar. Eso sí, mirando de reojo la puerta –si ahora viene un inspector …- dijo dejando la frase en el aire, haciendo aún más amenazadora la posible visita. La cosa tiene su dificultad. Primero hay que sacar el aire que queda dentro. Luego hay que ir cargando poco a poco, con precisión de cirujano. Mientras impartía su lección volvió a mencionar «la normativa» al menos un par de veces. «La normativa» en cuestión debe estar sin duda patrocinada por el poderoso lobby de vendedores de sprays recargadores de gas. Porque no se me ocurre otra razón para explicar que una actividad que yo probablemente realice una vez cada tres años -basándome en mi experiencia anterior- y para la que evidentemente no estoy preparado, se prohíba realizarla en el establecimiento mercantil y en cambio se fomente trasladarla al domicilio del consumidor. Acuérdense de esto cuando a la jurisprudencia de responsabilidad por producto se añadan a las sentencias que ya existen sobre sprays sin instrucciones las de los casos de compradores involuntarios de recargas de gas. Bien pensado, puede haber otra razón: que la normativa no exista y el estanquero tenga por lema «la ignorancia de la ley que no existe no exime de infundir el temor de su incumplimiento».

 

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2. Repasando mis extractos -los bancarios, no los de las Resoluciones de la DGRN- me percato de un cargo de 60 € en concepto de Cuota Renovacion Tarjeta, escrito así, tal cual. Andan escasos de espacio y tampoco les interesan las tildes. Cuando visito mi oficina se lavan las manos delante mio -eso sí, admiten además que la cantidad excede de la normal- y me dan -también con gesto de conspiradores y mirada de «porque eres tú»- un teléfono al que llamar. Cuando llamo me hacen teclear diversas opciones, paso por por un circuito de «pulse uno y si no pulse dos y si no, espere» al final del cual se supone que ya deben saber exactamente lo que me pasa. Pero no, al llegar al final lo tengo que explicar todo. Me dicen que para prestar un mejor servicio (sic) esta conversación va a ser grabada, y me lo anuncian en cumplimiento de «la normativa». Ya estamos, pienso yo.

(Continuará)

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7 febrero 2012

Ahí estábamos mi mujer y yo, mirándonos en silencio. Detrás de la mesa justo enfrente nuestro, el señor de traje oscuro y la corbata mal anudada que ni siquiera se molestaba en forzar una sonrisa. Ibamos a firmar con cara de circunstancias, era el reverso del momento anterior cuando todo era alegría y parecía que el futuro iba ser espléndido. Lo que recuerdo más de ese momento es lo frio que fue todo. Como si no fuera con nosotros.

Leimos detenidamente los papeles, y me acordé de aquello -seguramente se lo escuché a Alfaro- de las condiciones generales, que casi nadie las lee, y si hay alguien que las lee probablemente no las entienda, y a los pocos que superan ese filtro si intentan negociar algo se les invita amablemente a salir por la puerta. Se irán al lado, a la competencia y se encontrarán con las mismas o muy parecidas condiciones.

Esta vez lo leí todo, por la cuenta que me traía, lo entendí -y me niego a admitir otra cosa en público- pero no había nada que negociar. Firmamos los dos. Nos levantamos y casi sin despedirnos nos fuimos cada uno por nuestro lado. Yo tenía clase y ella llegaba tarde al trabajo. Mientras conducía iba ensayando mentalmente como empezaría mi discurso: «Ayer estuvimos hablando de los derechos de los accionistas, y justo había acabado hablando del artículo 306.2 de la Ley de Sociedades de Capital, que establece que en las sociedades anónimas los derechos de suscripción preferente serán transmisibles en las mismas condiciones que las acciones de las que deriven. De hecho yo ahora mismo vengo del banco y acabo de vender los míos».